La defensa de un país se gesta en su tejido industrial, donde una cadena de suministro sólida y autosuficiente sustenta la verdadera autonomía estratégica, más allá del discurso.

En los últimos años Europa ha caído en la cuenta de algo que estaba delante de nuestros ojos, pero que no siempre se valoró como merecía: la seguridad no se sostiene únicamente con pactos ni con gestos de cooperación.

Mucho antes de eso, la defensa comienza en el tejido industrial que da a nuestras Fuerzas Armadas lo que necesitan para cumplir con su misión. Y ahí, la cadena de suministro se convierte en el verdadero cimiento. Porque sin una red sólida, ágil y autosuficiente, hablar de autonomía estratégica puede convertirse en un ejercicio retórico.

El Libro Blanco para la Defensa Europea lo deja claro: reforzar la industria es un asunto de primer orden. Los conflictos actuales, la inestabilidad geopolítica y la dependencia tecnológica nos recuerdan a diario que Europa necesita contar con sus propios recursos. Y eso significa mirar con otros ojos a la cadena de suministro, tantas veces invisible, pero siempre decisiva.

La seguridad de los ciudadanos no depende solo del valor de sus Fuerzas Armadas, sino también de la solidez de la industria que las sostiene. De poco serviría una estrategia brillante si faltan los repuestos cuando se necesitan o si la innovación que nace en las empresas no llega a tiempo al terreno donde se pone a prueba.

España, como otros países europeos, tiene una particularidad: buena parte de su industria de defensa, y de la cadena de suministro que la sostiene, está en manos de pequeñas y medianas empresas.

Son compañías discretas, en gran parte invisibles fuera del sector, pero absolutamente imprescindibles. Empresas conocedoras de las necesidades del usuario que comienzan a pensar en la siguiente mejora una vez acaban de suministrar. De ellas vienen la especialización, la innovación y la flexibilidad que dan fuerza y diversidad a toda la estructura.

Además, generan empleo de calidad y fomentan la cohesión territorial, haciendo que la industria de defensa sea también una industria social. Defender a las pymes es, en realidad, defender la soberanía industrial.

Ahora bien, reforzar esta cadena implica afrontar varios retos. El primero es la resiliencia, entendida no solo como resistencia en tiempos de crisis, sino como la capacidad de reaccionar y reorganizarse con rapidez cuando la situación lo exige.

Si algo nos han demostrado la pandemia y la guerra en Ucrania es hasta qué punto las dependencias externas son capaces de paralizar industrias enteras. En defensa no hay opción, pues los suministros tienen que estar garantizados incluso en los peores escenarios.

El segundo gran reto es la innovación. Nuevas tecnologías como la inteligencia artificial, la fabricación aditiva o la ciberseguridad están cambiando a gran velocidad la forma de entender la defensa. Para seguir el ritmo se necesita inversión constante y una colaboración real entre empresas, centros de investigación y Fuerzas Armadas.

En este terreno, las pymes juegan con ventaja: son ágiles, saben moverse entre lo civil y lo militar y aportan ideas frescas. Pero necesitan apoyo y financiación para crecer y consolidarse como actores estables en el mercado.

El tercer reto es el talento. Ninguna industria puede prosperar si no cuenta con profesionales cualificados y comprometidos. España debe ser capaz de atraer a los jóvenes hacia un sector que, a menudo, sufre una percepción social distorsionada. Formar ingenieros y técnicos en áreas críticas es tan estratégico como invertir en equipamiento. Si no aseguramos el relevo generacional, la cadena de suministro corre el riesgo de perder capacidades.

El cuarto reto es la visibilidad. La sociedad debe comprender que detrás de cada fragata, cada avión o cada blindado hay una red de empresas que, sin hacer ruido, sostienen la defensa de todos.

Esa narrativa es esencial para que la opinión pública y los responsables políticos entiendan que invertir en la cadena de suministro es invertir en seguridad, en empleo y en innovación. Sin este reconocimiento social, será difícil consolidar las políticas industriales necesarias para fortalecerla.

No es casual que el Foro Aesmide 2025 haya querido situar en el centro este debate en torno a la cadena de suministro. Su propósito es compartir ideas y propuestas concretas que permitan que esa red industrial se convierta, de una manera real, en el soporte estratégico de la defensa europea.

Hoy sabemos que la defensa no empieza en el frente, sino mucho antes: en cada fábrica, en cada laboratorio y en cada pyme que aporta su capacidad a una causa común. Por ello, reforzar la cadena de suministro no es solo un objetivo, sino que en el fondo es una decisión sobre el futuro de Europa y sobre la forma en la que queremos mantener nuestra soberanía.

Aesmide
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