En febrero, el IPC repuntó de nuevo hasta el 7,6%, la tasa más elevada desde diciembre de 1986. El encarecimiento de los productos energéticos continúa siendo el principal elemento inflacionista. En este dato de inflación continúa existiendo un significativo componente de “efecto base”, ya que en febrero de 2021 la inflación fue nula (0,0%).

La inflación subyacente aumenta seis décimas, colocando su tasa de variación en el 3,0% interanual en febrero, situándose más de 4 puntos y medio por debajo del IPC general, lo que estaría reflejando el esfuerzo del tejido productivo para no repercutir todo el aumento de costes en sus precios finales de bienes y servicios. Esto implica una reducción significativa de los márgenes empresariales en estos sectores en un momento delicado para muchos de ellos tras meses de crisis y restricciones a la actividad, a lo que hay que sumar ahora el impacto del conflicto entre Rusia y Ucrania.

De cara a 2022, la inflación se verá muy condicionada por la evolución y duración del conflicto entre Rusia y Ucrania y las sanciones económicas impuestas por la Unión Europea a Rusia, que pueden tener repercusiones significativas sobre el precio de algunas materias primas, entre otras, gas, petróleo, cereales o aceites. Ello se ve unido a otros factores que ya estaban impulsando la inflación como los efectos base provocados por la pandemia, las dificultades de aprovisionamiento o el intenso crecimiento de los precios de algunos bienes intermedios.  Todo ello, mantendrá elevada la inflación los próximos meses, pero se espera que vayan remitiendo en intensidad al final del año.

En este contexto, resulta especialmente relevante evitar un escenario en el que los aumentos de los precios y salarios se retroalimenten entre sí, para no producir efectos de segunda ronda que nos lleven a una espiral inflacionista.

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Fuente: CEOE